Como la vida,
todo tiene su pequeña elegía infinita.
Como la vida,
todo tiene su voz y
su cansancio, como las innumerables praderas de Ítaca.
Como la vida privada
de los árboles
(o de los náufragos), aferrada a un océano cubierto de partituras,
navegando en los ojos una imagen absurda,
un sonido que se confunde
con la nostalgia de las cosas que no he vivido.
Decidme,
¿cuando quise yo dejar de ser niña?,
¿cuándo ese cadáver
que cuenta historias dejará de exprimir
el limón de la realidad
y restregárnoslo por los ojos?
Políticos, hipócritas, creyentes...
¿cuándo?